Las primeras experiencias de los integrantes de la nueva generación cuando se incorporan a la empresa, son una clave para entender la frustración de las expectativas de padres e hijos, y para formar los líderes del futuro.
Desde el momento de la concepción de una empresa, sus propietarios ponen especial atención en la gestión.
Como consecuencia de su dedicación exclusiva al éxito de negocio, naturalmente en muchos casos no forma parte de su mirada el ingreso ordenado de los hijos, quienes van ingresando a medida que tienen la edad y la disposición para trabajar. A veces, su ingreso está ligado a la necesidad de más recursos en la empresa, y en otros casos porque es necesario proveerles un trabajo para que no se pasen el día en casa sin hacer nada productivo.
Igualmente, uno de los valores que suelen rescatar los empresarios, es la confianza que esperan depositar en sus hijos. ¿Qué confianza? Por una parte, la confianza moral (los hijos no van a robar) y por otra parte, la confianza en la gestión (los hijos realizarán sus tareas con responsabilidad y buen criterio).
En la mayoría de los casos la confianza moral se mantiene intacta. En cambio, la confianza en la gestión suele resquebrajarse rápidamente. Ocurre que los hijos se incorporan a la empresa sin una clara definición de sus funciones, objetivos y responsabilidades; sin un acuerdo respecto de quién será su jefe operativo, a quién debe rendir cuentas, cuál es la importancia de que se cumplan los horarios establecidos, y cuáles serán los beneficios para el caso de que su gestión resulte satisfactoria.
Entonces ocurre, muchas veces, que esos hijos incorporados a la empresa no pueden encontrar un lugar que les resulte gratificante. Sus compañeros de trabajo son y no son, porque no pueden olvidar que están frente al “hijo del dueño”, y los mandos medios no familiares tratan de evitar tener que liderar a quien (ellos lo saben perfectamente bien) algún día puede ser la persona a cargo de la empresa.
Llamativamente, esa conciencia del personal no familiar, y de los mandos medios, respecto de la significación del hijo incorporado a la empresa, no es equivalente ni en el padre ni en el hijo, quienes libran su propia batalla de malos entendidos y frustraciones recíprocas. La tarea del hijo no es valorada, y el hijo no es esfuerza por hacer las cosas mejor, ni diferente.
En estas escenas radica, muchas veces, la semilla de la frustración en un proceso de traspaso generacional intra-familiar.
Porque, ante la frustración y el malestar, muchas veces ese hijo se retira de la empresa y busca otros horizontes, con la convicción de que no debe volver a incursionar en un lugar que le resultó hostil.
¿Es este un proceso que debe darse indefectiblemente, o hay maneras de evitarlo?
Nadie está condenado a experimentar estas situaciones de malestar y falta de entendimiento en la familia y en la empresa.
Se trata de tomar acción para que la incorporación de los hijos pueda tramitar de una manera beneficiosa para la empresa, y satisfactoria para los integrantes de la familia.
Esto significa:
- Describir con la mayor claridad posible cuál es el puesto que habrá de ocupar el hijo.
- Cuáles son las condiciones de satisfacción de su trabajo.
- A quién habrá de reportar.
- Cuáles serán las funciones, los objetivos y las responsabilidades a su cargo.
- Cómo, y quién, evaluará su gestión.
La Mesa de Dirección
La decisión de capacitar y formar a los integrantes de la siguiente generación, da la oportunidad de que éstos entiendan la dinámica de la empresa, y que desde el momento de su incorporación puedan comprender cuál es el camino previsto, y, en la medida de lo posible, la razón que justifica las responsabilidades que se les asignan.
Ocurre muchas veces que en las empresas no hay práctica de reuniones con participación de los actuales titulares y las personas más importantes de la gestión, pero en la etapa de ingreso y preparación de los integrantes de la próxima generación es imprescindible que haya espacios de encuentro.
Es probable que, en una etapa inicial, los jóvenes no intervengan activamente, dado que, quizás, no tienen los conocimientos y experiencia necesarios, pero la participación en reuniones les permitirá adquirir esa práctica, entender cómo razonan sus mayores, cuáles son sus valores y las pautas que los llevan a la toma de cada una de las decisiones.
De esta manera, a través de ser testigos de las decisiones significativas, los jóvenes adquieren una formación que va mucho más allá de lo que puedan aprender en los ámbitos académicos, dado que van incorporando conocimientos de la práctica concreta de la empresa que, si todo va bien, algún día habrán de dirigir.
Este espacio brinda a los jóvenes la posibilidad de estar en contacto cercano y real con la gestión, ir incorporando valores, y, al mismo tiempo, entender el sacrificio, dedicación y responsabilidad que conlleva la administración de una empresa de familia.